miércoles, 23 de marzo de 2011

Vemeer. El arte de la pintura


 



"El arte de la pintura" -1665-  es una de las pinturas de Vemeer de Delft más conocidas y alrededor  de la que se ya generado más polémica. Debió ser una de las obras más apreciadas por el propio pintor que la conservó durante años a su lado, ya que aparece entra la lista de posesiones que había en su casa a su muerte. Su viuda lo cede entonces a su madre, posiblemente en un intento de escapar de los acreedores que cercaban a la arruinada familia. Estos datos indican que seguramente no fue una obra de encargo, sino que respondía a las inquietudes del pintor sin más. El cuadro muestra un interior, en el que el pintor de espaldas, se dispone a representar a una figura femenina que porta unos objetos simbólicos, que tradicionalmente se viene interpretando como una alegoría de Clio, la musa de la historia: una corona de laurel, un libro y una trompeta. Detrás un mapa con las diecisiete  provincias de los Países Bajos antes de su separación, con veinte vistas de ciudades en los laterales, describiendo una situación previa al tratado de Westfalia de 1648, y  Vermeer lo representa con grietas y envejecido, lo que dará pie a diferentes interpretaciones. Delante de la  figura que posa parece una mesa, sobre la que descansan telas, una máscara; inmediatamente antes una silla y una cortina, que descorrida nos permite ver la escena. Del techo cuelga una lámpara sin velas y con el escudo de los Habsburgo. 

El tema en apariencia es sencillo, un pintor en su taller, aunque hay una serie de elementos que nos conducen a un posible interpretación más compleja y más política. La habitación poco tiene que ver con el aspecto tradicional del taller de un pintor, se trata de un sala lujosamente decorada, suelos de mármol, muebles de calidad, tapices... nos remiten más bien a una casa de la acomodada burguesía holandesa, no se ven pigmentos, ni paletas, tan sólo la el pincel y el tiendo del pintor, aunque no era extraño que los pintores instalaran el taller en su propia vivienda, cosa que seguramente hice le propio Vermeer.
Si algo llama la atención es la forma en la que se representa la figura del pintor, completamente alejada del tratamiento que le dan otro pintores como Rembrandt o Velázquez, que hacen un claro alarde de su posición y de su protagonismo. En este caso se huye de la  orgullosa  afirmación del artista.
Para muchos autores estos indicios, junto con la importancia concedida al mapa de los Países Bajos, indicarían que la interpretación debe ir más allá de la mera alegoría de la pintura. Las grietas y arrugas del mapa pasan por la ciudad de Breda que tuvo un protagonismo fundamental en la historia de los Países Bajos, como también demostró Velázquez en “Las Lanzas”. La pintura de Vermeer pone de manifiesto la nostalgia por la perdida unidad de los Países Bajos bajo la corona de los Austrias, no podemos olvidar de Vermeer se acababa de convertir al catolicismo. Esta visión se podría completar con la tradición de hacer de la pintura un arte noble e intelectual.
Un cuadro que recoge perfectamente la concepción barroca de la pintura de Vermeer; el tapiz recogido en un ángulo, que ya había utilizado en otro cuadros, busca conseguir la sensación de verosimilitud, de apariencia propia de la época; el tradicional tratamiento de la luz, que entra a raudales por un amplio ventanal situado a la izquierda del lienzo, ilumina de forma uniforme y nítida la escena, que nosotros observamos casi clandestinamente, el pintor ni siquiera a percibido nuestra presencia y sigue concentrado en su tarea.


La historia del cuadro va mucho más allá, después de los problemas económicos de la familia de Vermeer después de su muerte, el cuadro permaneció desconocido hasta que no se redescubrió en 1813 cuando lo compró el conde austriaco Rudolf Czernin, atribuida a un seguidor del  maestro hasta 1860, cuando el historiador francés Thore Bürger la reconoció como obra original, comenzando entonces su fama. Esta fama hizo que se convierta para desgracia de sus dueños en la obra favorita de Hitler, que pretendía convertirla en una de las piezas destacadas de su soñado museo de arte ario en Linz. Durante la Segunda Guerra Mundial las autoridades nazis intentaron hacerse con el cuadro, incluido Hermann Goering. Finalmente el conde Czernin se vio obligado a venderlo, presionado por Hitler, y parece ser que para salvar de la persecución a su esposa de posible origen judío. El cuadro apareció en 1945 en una mina de sal donde los nazis lo habían ocultado junto con otras obras fundamentales de la Historia del Arte europeo que habían saqueado de museos y colecciones privadas. Después de la guerra muchas de estas obras fueron devueltas a sus legítimos propietarios, pero como en este caso se había hecho a través de una venta “legal” fue entregada a las autoridades austriacas y depositado en el Kunsthistorische Museum de Viena.
El cuadro saltó de nuevo a la actualidad en el septiembre pasado, cuando los descendientes del conde presentaron una demanda al gobierno austriaco para que les fuera devuelto, alegando que la venta no se hizo de forma voluntaria, sino formada por las  circunstancias de la guerra  y de la persecución a los judios. En caso de prosperar la reclamación está deberá ser devuelta a los primeros propietarios como ya ha ocurrido con otras obras de arte requisadas por los nazis a coleccionistas judíos. En previsión de lo que pueda ocurrir y si por el cuadro tiene que abandonar Viena, el museo ha organizada en estos meses una gran exposición sobre él.
Para él que quiera saber algo más sobre Vermeer y su obra puede consultar alguna de las siguiente páginas: Fundación Vermeer, Essential Vermeer, Vermeer y la luz,

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